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¿Qué pasa en la empresa cuando tú no estás?

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Es posible que te preguntes esto a menudo. Por muy buen jefe que seas, es inevitable que de vez en cuando nos asalten dudas: ¿estarán trabajando al mismo ritmo que cuando yo estoy allí? ¿A qué hora se marcharán cuando yo no estoy? ¿Se pondrán a leer el Marca en el ordenador en cuanto salgo por la puerta?

Ya lo dice el refrán: “el ojo del amo engorda al caballo”. Así que lo primero, no te sientas mal por pensarlo: éstas y otras ideas, incluso algunas mucho más peregrinas, se nos pasan a todos alguna vez por la cabeza. Y ahora, con la forma de trabajo híbrida, medio presencial-medio teletrabajo, pues seguramente son mucho más recurrentes.

El 60% de los responsables de equipo consideran que los empleados en remoto trabajan peor que los que están en una oficina".

Recientes estudios han puesto de manifiesto que más del 60% de los responsables de equipo consideran que los empleados en remoto generalmente trabajan peor que los que están en una oficina. ¿Por qué? Fácil: porque no saben qué hacen ni cuándo lo hacen. Es decir: creen que en la distancia no los pueden controlar.

De hecho, una de las consecuencias de estas dudas y esta necesidad de control ha hecho que muchas empresas empiecen a espiar a sus trabajadores. Sí, como lo oyes espiar: hoy en día la tecnología facilita herramientas para que se puedan seguir todos los pasos de los empleados.

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Gracias a cosas tan sencillas como el geolocalizador del móvil de empresa, o a la instalación de aplicaciones específicas en el ordenador (muchas de ellas gratuitas), se puede saber si el empleado ha estado fuera este fin de semana, si sale de copas o incluso si no ha pegado ojo porque se ha enganchado a la última serie de moda. Además de saber, por supuesto, si se ha leído el Marca y el As en horario laboral.

Se da también mucho el caso de jefes que siguen a sus trabajadores por sus publicaciones en las redes sociales. Así es mucho más fácil espiar porque no se necesita instalar nada: solo que con ver sus posts ya sabe perfectamente qué hacen, con quién, cuándo y dónde.

Es una locura, lo sé. Ya lo decía el tío de Peter Parker en Spiderman: un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y llevar esa necesidad de control al extremo tiene éstas (e incluso peores) consecuencias. Pero quiero pensar que este no es tu caso: tú no espías a nadie ni tienes intención de hacerlo.

Seguro que has visto algún capítulo del programa “El jefe infiltrado”. Es un programa estadounidense que en España puso en marcha La Sexta. O el “Restaurante indiscreto”. Son programas en los que siempre cazan a alguien haciendo algo realmente grave, el programa lo pilla in fraganti y lo graba y se lo emite al dueño o infiltrado que alucina en colores con lo que hacen sus empleados cuando él no está (o creen que no está), y, evidentemente monta en cólera y se arma la marimorena.

El fondo de la cuestión aquí es: ¿realmente confías en tu equipo? ".

Pero ¿es esto real? ¿En serio crees que tu equipo sería capaz de hacer algo como lo que sale en la televisión? ¿De verdad piensas que son tan desleales e irresponsables? Es normal que a veces nos dé por pensar y divaguemos: ¿qué harán cuando no estoy? Incluso puede que se te ocurra alguna idea perversa que puedan estar poniendo en marcha. Pero no dejan de ser pensamientos fugaces que no deberían pasar de ser meras elucubraciones que pueden llegar a hacerte sonreír. El fondo de la cuestión aquí es: ¿realmente confías en tu equipo?

Todo se resume en esa palabra: confianza. Es una gran palabra, sí. Confiar en alguien, en que haga lo correcto sin que tengas que decírselo ni tenerlo vigilado requiere grandes dosis de fe. Pero pregúntate: ¿acaso el equipo que tienes no es el que tú has elegido? Si no confías en él: ¿por qué lo contrataste? Más aún, si no confías: ¿por qué sigues contando con él?

Vivir con una duda constante debe ser un infierno: para ti y para ellos. Y digo debe porque tengo que confesar que no me ha pasado. Siempre he confiado en el equipo, siempre he pensado que hacen las cosas para el bien, no para el mal. ¿Qué se equivocan? Seguro. ¿Qué yo haría las cosas de otra manera? También. Pero eso no implica que su manera esté mal, simplemente es otro camino para llegar al mismo sitio: el objetivo común. No me puedo imaginar vivir en un entorno donde desconfías de todo y de todos y sientes que si bajas mínimamente la guardia algo grave pasará.

ausencia jefeSí debo confesar que hacía cosas como aparcar mi coche siempre en el mismo sitio para que todos supieran que estaba en la empresa (aunque no fuese así). O que me pasaba por los diferentes departamentos, a veces sin ningún motivo concreto, sino con la simple intención de que me vieran. Pero siempre he pensado que era algo bueno: la puerta de mi despacho siempre estaba abierta, siempre, y cualquier persona de la empresa podía venir a hablar conmigo, en cualquier momento.

Algo que he tratado de transmitir en todos mis trabajos, por si te sirve mi experiencia, es confía en mí: estoy aquí para ti, para ayudarte, para acompañarte, para que busquemos soluciones juntos si se presenta un problema. No solo no debes tener miedo a contarme lo que sea: me encantará que cuentes conmigo para hacerlo. Todos nos equivocamos alguna vez, y solucionar un problema cuando es pequeño es muy fácil, pero hacerlo cuando se ha hecho grande ya no lo es tanto. Por tanto: cuenta conmigo, estoy de tu lado y no solo no me voy a enfadar cuando me lo cuentes y a buscar culpables, sino que me centraré en buscar soluciones que nos ayuden a arreglarlo juntos. Solucionar problemas es mi trabajo, y me encanta, y, además, ¡qué porras: lo hago bien! Así que venga, cuéntame y cuenta conmigo.

Por eso, aunque como ya he confesado tenía ciertos tips de obsesa del control, reconozco que no tenía ningún problema en salir de la empresa. Porque no sólo yo confío totalmente en el equipo: ellos confían en mí, les he demostrado infinidad de veces que pueden hacerlo, así que si algo pasa sé que me lo harán saber.

Mi consejo de hoy: no desconfíes de tu equipo, cree en él o no cuentes con él".

He aquí mi consejo de hoy: no desconfíes de tu equipo, cree en él o no cuentes con él. En esto no hay medias tintas: o confías en alguien o no lo haces. No se puede confiar un poquito sí y un poquito, no. Y tan importante o más: haz que confíen en ti, gánate su confianza.

¿Cómo ganarte la confianza del equipo? En primer lugar: comunicándote. No te escondas, no ocultes cosas, no ignores los cambios y mucho menos los problemas. Compártelos, sé transparente. Predica con el ejemplo porque ¿cómo te van a contar lo que pasa si tú no lo haces?

En segundo lugar: cumple lo que prometes. Lo peor que puedes hacer es comprometerte a algo y no cumplirlo. Si ha pasado algo que te impide llevarlo a cabo debes ser tú quien se dirija al equipo y quien explique por qué no puede ser. En este caso, si es posible, lleva una alternativa viable, que pueda compensar la que no se puede ejecutar. Y por supuesto: nunca olvides un compromiso que le hayas hecho al equipo. Es un error garrafal y conseguirá exactamente el efecto contrario: generarás desconfianza.

En tercer lugar: evita y ataja, siempre que puedas, los cotilleos. Siempre hay algún miembro del equipo que se acercará a ti para decirte cosas como “el otro día que no estabas, fulanito hizo esto y esto otro”. Puede que sea cierto, pero no puedes darle a esa persona ese poder, porque, además, no sabes si es cierto, así que no lo permitas. Si crees que lo que te dice puede ser un indicio de algo importante contrasta la información, pregunta a los implicados, seguramente todo tenga una explicación. De hecho, es lo que ocurre en el 99% de los casos.

En cuarto lugar: tienes el mejor equipo del mundo y deben saberlo. Deben saber que lo crees y que lo defiendes no solo ante ellos sino cuando ellos no están. Que presumes de equipo. Creo, sinceramente, que una de las peores cosas que puede hacer un jefe es hablar mal de su equipo. Por favor: no lo hagas.

En quinto lugar: empodera. Si confías en ellos tienes que delegar. Y sé que delegar no es fácil, es de hecho una de las cosas más difíciles, bajo mi punto de vista, que debe hacer un líder. Pero por muy difícil que sea hay que hacerlo y hacerlo bien. Eso sí, recuerda: se delegan funciones no responsabilidades. Así que el resultado de lo que ellos hagan es cosa tuya, no les pases el marrón y te desentiendas.

En sexto lugar: motiva, no mandes. Debes convencer, ganarlos para la causa, no ordenar y dictar sentencias. Conseguir que hagan suyos los objetivos y que los compartan es uno de los mejores caminos para ganarse la confianza del equipo. De hecho, para mí una de las cosas que debe hacer un buen líder es conseguir que los demás quieran hacer lo que él quiere que hagan. ¿Estás de acuerdo?

Así que cuando tengas esos pensamientos sobre qué puede estar haciendo el equipo cuando tú no estás, confía como ellos lo hacen contigo y aleja los malos pensamientos. Todo os irá mucho mejor.

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Matar al jefe

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Si cuando has pinchado en el enlace pensabas que ibas a encontrar una guía sobre cómo cometer el crimen perfecto, y poder matar a tu jefe sin que te pillen, lo siento, pero este artículo no es para ti. Y eso que estoy perdiendo lectores nada más empezar, porque un estudio del University College London, asegura que más del 50 % de las personas han tenido dicho pensamiento o idea más de una ocasión y eso lo convierte en ¿normal?

Debo decir que soy de las afortunadas que está en el otro 50 %, nunca he querido matar a mi jefe, solo he llegado a desearle un poquito de dolor, pero soportable, algo así como un parto sin epidural, o unas piedritas en el riñón (dicen que es algo más doloroso que lo anterior). Como veis, poca cosa…

Sí quiero que mates al jefe. Pero al jefe que todos, o casi todos llevamos dentro".

Bromas aparte, y quedando claro que esto no va de hacer apología del crimen, sí quiero que mates al jefe. Pero al jefe que todos, o casi todos (también hay gente sumisa, y sino que se lo digan a Christian Grey) llevamos dentro.

Si a ese: al tuyo, al de tu interior, al que constantemente está diciendo qué hay que hacer, cómo hay que hacerlo y cuándo hay que hacerlo. A ese jefe que es incapaz de delegar, que se dirige a sus empleados de usted, y que mira el reloj de la pared cada vez que uno entra por la puerta. Y que nadie se retrase ni un minuto (aunque el día anterior ese empleado haya echado allí más horas que él) porque se la lía.

Ese que no puede ni de irse de vacaciones sin organizarle la vida a su familia, a sus cuñados y a sus suegros. A ese jefe que no descansa y no deja descansar a nadie a su alrededor porque siempre está haciendo algo y obliga a los demás a no parar. ¡Con lo sanísimo que es pararse a pensar de vez en cuando!

Ese jefe debería estar muerto, y si no lo está, pues te toca matarlo. Así, sin paños calientes, un disparo rápido y sin remordimientos. ¿Por qué? Pues porque estamos en el siglo XXI, y sencillamente eso ya no se lleva. Así, sin más. Si nadie te lo ha dicho hasta ahora es porque no se han atrevido, pero yo sí: ¡deshazte de ese jefe marimandón, inflexible y petardo ya!

¿Y qué se lleva ahora? Fácil: lo que se lleva ahora es ser líder, no jefe. Aunque creas que has nacido para mandar, el mundo no necesita saberlo y mucho menos sufrirlo, así que guárdatelo para ti.

Lo que necesita el mundo es alguien que le inspire, que le haga querer llegar a ser como tú, que le motive en la adversidad y que te busque en la victoria porque si no la comparte contigo no sabe tan bien".

Lo que necesita el mundo es alguien que lidere, que se gane su puesto y su relevancia para los demás cada día. Lo que necesita el mundo es alguien que le inspire, que le haga querer llegar a ser como tú, que le motive en la adversidad y que te busque en la victoria porque si no la comparte contigo no sabe tan bien. Lo que necesita el mundo es alguien comprometido y que compromete. Lo que necesita el mundo es alguien que sabe lo que el mundo necesita y lo lleva de la mano a alcanzarlo.

¿Suena mejor esto o lo de los cuñados? Y es que hay grandes, enormes diría yo, diferencias entre ser jefe y ser líder. Un líder motiva, no riñe. Un líder comunica, no ordena. Un líder comprende, no reprende. Un líder analiza, no dictamina. Un líder moldea, no manipula. Un líder escucha, no acalla.

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Y no te engañes, todos somos un poco jefes a lo largo del día. Pero ¿a que es bonito imaginar un mundo sin ellos? Pues empieza por el tuyo: mata al jefe y resucita al líder que hay dentro de ti.