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¿Por qué nos resistimos a delegar?

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Delegar no es una elección, es una necesidad. Todos lo sabemos, pero ¿lo hacemos? Y aún más importante: ¿lo hacemos bien? Delegar es uno de los retos más difíciles a los que cualquier persona que lidere un equipo tiene que hacer frente, y según mi experiencia, no siempre salimos victoriosos del lance. Hacerse cargo del trabajo de otros es complicado, y por eso, nos resistimos (a veces con uñas y dientes) a ello. Pero ten presente que tu capacidad para hacerlo puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso de tu equipo.

Ten presente que tu capacidad para delegar puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso de tu equipo".

Una de las primeras resistencias seguro que te suena: me cuesta mucho más explicarle a otro lo que hay que hacer que si lo hago yo. Esta es una de esas verdades que todos tenemos muy interiorizadas y que tenemos que combatir. Y no nos engañemos: todos la hemos dicho alguna vez (¡o incluso más!). La realidad es que sí, la primera vez que tienes que explicarle a alguien cómo hacer algo conlleva un gran esfuerzo. Pero una vez se lo has enseñado ya puede seguir haciéndolo y por tanto nos liberamos de trabajo para el futuro.

Voy a poner un ejemplo sencillo que creo que nos ayudará: ¿cuánto le cuesta tu hora de trabajo a la empresa? Espero sinceramente que mucho, porque tú lo vales. Y, por tanto: ¿cuánto le costaría a tu empresa cada fotocopia si te pones tú a hacerlas? Pues lo mismo pasa con otro tipo de tareas. Tu trabajo como líder es encargarte de hacer cosas que aporten valor al negocio, y delegar las que no lo hacen. Las que aportan valor son las que tú y sólo tú puedes hacer, las que hacen crecer vuestro negocio, por las que recibes ese magnífico salario que es mejor que el de los demás. Pero, si te dedicas a tareas que podría hacer cualquier otra persona no tendrás tiempo de pensarlas y llevarlas a cabo. Tu labor es cuidar y hacer crecer la empresa, y cualquier cosa que te distraiga de ese cometido es un error.

A continuación, me dirás: me roba mucho tiempo explicarle a alguien lo que hay que hacer, acabo antes si lo hago yo mismo. ¡Brrrrr! Otro error, y de los gordos. Estamos en el mismo bucle, porque ¿es que acaso tienes que hacerlo todo tú solo? ¿En qué te convierte eso sino en un esclavo del trabajo? Y, ¿es eso lo que quieres para tu vida y para tu empresa? Que lo hagas tú todo, solo, te aleja cada vez más del éxito porque no te permite avanzar. Y tampoco permite avanzar al equipo. Así que te pregunto de nuevo: ¿es eso lo que quieres?

Ten siempre presente algo muy importante cuando delegues: se delegan funciones, no responsabilidades".

Como estoy segura de que has contestado que no, vamos a continuar. Otra resistencia muy común que nos sirve para evitar delegar es: si le encargo esto a otra persona pierdo el control sobre el resultado. Soy consciente de que, como líder, para ti la sensación de que tienes todo bajo control es muy importante, es inherente a tu capacidad de liderazgo. Pero ten siempre presente algo muy importante cuando delegues: se delegan funciones, no responsabilidades. Esto no va de que le pases el trabajo a otros y que te desentiendas. Que te sientes en tu despacho, en silencio, a rezar para que nada se tuerza y todo salga bien. Nada más lejos de la realidad. Delegar implica que estés involucrado en el proceso y, por supuesto, en el resultado, pero dejando a otros hacer.

delegarCuando delegas tienes que establecer muy claros varios principios básicos: el trabajo a realizar, los objetivos, las expectativas. Tienes que saber transmitir el por qué, el para qué y el cómo. Además, tienes que conseguir que quien vaya a realizar el trabajo lo haga suyo y que comprenda la importancia y el alcance de éste. Pero también tienes que establecer un canal de comunicación con quien le hayas delegado el trabajo para ver cómo evoluciona, si necesita algo, si todo va como esperabais, si hay que hacer algún cambio o modificación.

Y digo establecer un canal de comunicación porque no se trata de que cada 5 minutos le preguntes cómo va: eso no es delegar (se me ocurre otro nombre para describirlo, pero no es políticamente correcto). Ni tampoco que esa persona te tenga que preguntar cada paso que da, porque eso sí que te robará tiempo y energía y solo reforzará tu creencia inicial de que delegar conlleva demasiado esfuerzo y que todo saldría mejor si lo hicieses tú directamente.

Si tienes un colaborador que se pasa todo el tiempo preguntándote qué hacer, devuélvele la pelota a su tejado con frases como: ¿tú qué harías? ¿Qué es lo que has pensado tú? ¿Se te ha ocurrido algo que podría mejorar el proyecto? ¿Estás encontrándote con alguna dificultad? ¿Cuáles son y cómo crees que podríamos resolverlas? De esta manera le estás transmitiendo que valoras y aprecias su opinión. Eso lo empodera y verás que cada vez serán muchas menos las veces que vaya a interrumpirte, porque va a saber que cuenta con todo tu apoyo y que confías en que podrá solucionar los problemas cuando se los encuentre.

Y esto me da paso para hablar de otra de las resistencias para evitar delegar. Atento, porque esta es de las importantes: no tengo nadie en quien delegar. Esto también te suena, ¿a que sí? Pues vamos a ello, y aviso, voy a ser dura en esta reflexión. ¿De verdad estás diciendo que entre todo el equipo de profesionales que te rodea, y que tú has escogido, no hay nadie capaz de hacer ese trabajo? ¿Es que acaso solo tú eres el “elegido” que, con su mente privilegiada, es el único en el universo que puede llevarlo a cabo con éxito? ¿Es que no hay nadie en quien confíes a quien puedas encargarle esa tarea? ¿Tan mal concepto tienes de tu equipo?

Que no tengas a nadie a quien consideres valioso en tu equipo como para delegar dice más de ti que de ellos".

En este punto, como decía, tengo que ser dura (te pido disculpas por adelantado): si no tienes a nadie en tu equipo en quien puedas delegar permíteme decirte que necesitas ayuda. Y urgente. Bien sea porque no sabes seleccionarlos, o porque no eres capaz de comunicarles los objetivos, o porque no sabes cómo detectar, atraer y retener el talento, pero algo importante está fallando. Porque que no tengas a nadie a quien consideres valioso en tu equipo como para delegar dice más de ti que de ellos, y, lo siento, pero no dice nada bueno.

Los humanos solemos encasillar a las personas. Si siempre los vemos haciendo lo mismo tendemos a pensar que no son capaces de hacer nada más que eso, pero ¿acaso les hemos dado la oportunidad de hacer otra cosa? Todos tenemos talentos, unos más a flor de piel, otros más ocultos, pero todos los tenemos. Y nuestro trabajo como líderes es potenciar y sacar el máximo partido de esos talentos de cada miembro del equipo.

Así que te toca hacer un esfuerzo, ver y analizar los puntos fuertes de cada uno, e intentar hacer las cosas de manera distinta. Piensa que delegar es un proceso. No tienes por qué hacer todo de golpe, puedes ir paso a paso, de menos a más e ir probando qué es lo que mejor funciona en vuestro caso, quien es bueno haciendo qué y cuándo y cómo. Al principio te supondrá un esfuerzo extra importante, pero, como en toda buena inversión, los beneficios, al final, son muchos.

Otra cosa que podría ocurrir, no sé si es tu caso, es que nos da miedo rodearnos de gente que nos puede hacer sombra. Alguien que con el tiempo pueda llegar a ser incluso mejor que nosotros mismos. O que sea tan bueno que pienso: para qué voy a invertir un montón de tiempo y esfuerzo en formarlo si es tan bueno que es muy probable que se vaya a la primera de cambio. Esta es fácil de responder, te voy a citar a uno de los empresarios a los que más admiro: Amancio Ortega. Supongo que sabes que es una persona con muchísimo mérito, ha conseguido algo absolutamente increíble, y lo ha hecho desde cero. Cuando en una ocasión, una persona cercana a mí le preguntó al señor Ortega cual consideraba que era la clave de su éxito como emprendedor, respondió: “siempre me he rodeado de personas que eran mejores que yo”. Ahí lo dejo.

El que tú lo hicieses distinto no significa que sea la única forma de hacerlo ni tampoco la mejor".

delegarLa siguiente resistencia es también muy común: yo lo habría hecho de otra manera. Pero ¿acaso no hay distintos caminos para llegar al mismo sitio? El que tú lo hicieses de distinta forma no significa que sea la única ni tampoco la mejor, es preferible que lo sepas. Y que alguien aporte algo nuevo y fresco puede ser de gran ayuda a vuestro equipo. Es más, mi consejo es que debes incentivarlo y promoverlo: probar cosas nuevas, atreverse, intentarlo, conseguirlo y alcanzarlo debe ser una prioridad para todos en la empresa. En este mundo tan ágil y que cambia de manera tan veloz la única manera de sobrevivir y acariciar el éxito es adaptarse y no lo vais a hacer si os quedáis inmóviles y siempre hacéis las cosas de la misma manera. Así que tienes que superar esto y hacerlo ya. Permite que otros aporten su granito de arena, aunque tú tuvieses otra idea en la cabeza. Tal vez tenga razón y, por otro lado, ¿has pensado alguna vez que no estás en la posesión absoluta de la verdad? Pues déjame decirte que no lo estás. Sí, aciertas muchas veces, la mayoría, por eso estás donde estás, pero ¿y si…? Las posibilidades son infinitas, dales una oportunidad a los demás para que las aporten.

Y ahora vamos a por la última de las resistencias que, a mi modo de ver, nos impiden delegar con éxito. Tienes que reconocerlo: te gusta hacer ese trabajo. Hay cosas que, aunque sabemos que no aportan valor, nos gusta hacerlas, nos sentimos bien haciéndolas, y, además, inconscientemente muchas veces, nos sirven de excusa para no tener que hacer otras que no nos gustan tanto. Esto, siendo sinceros, también te pasa ti ¿verdad? Es normal: todos tenemos nuestras pequeñas debilidades, pero tengo que decírtelo: los buenos líderes son los que las superan y se hacen más fuertes a pesar de ellas.

Entiendo que todos necesitamos un respiro: es imposible rendir al 120 % durante 8 horas seguidas (como ves soy bien pensada y no he supuesto que trabajas 10 ó 12 horas cada día, cosa bastante probable si no delegas). Así que puedes darte algún capricho y conservar alguna de esas tareas que te encantan, pero escógelas bien y que no sean demasiadas: que no resulte que te entierras en cosas improductivas que te impidan hacer lo que mejor sabes, llevar a tu equipo a lo más alto de su capacidad.

Superar estas resistencias que todos tenemos, es el primer paso para poder estar en disposición de delegar bien. Por supuesto, a todo esto, hay que añadir que tienes que saber escoger qué y en quién delegar, cómo comunicarlo e incentivarlo, hacer un buen seguimiento del progreso y dar el feedback pertinente, y compartir el resultado del éxito con todos, así como reconocer públicamente el mérito de los que se lo hayan ganado. Pero esto lo comentaremos en un próximo artículo del blog: Cómo delegar con éxito.

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¿Qué pasa en la empresa cuando tú no estás?

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Es posible que te preguntes esto a menudo. Por muy buen jefe que seas, es inevitable que de vez en cuando nos asalten dudas: ¿estarán trabajando al mismo ritmo que cuando yo estoy allí? ¿A qué hora se marcharán cuando yo no estoy? ¿Se pondrán a leer el Marca en el ordenador en cuanto salgo por la puerta?

Ya lo dice el refrán: “el ojo del amo engorda al caballo”. Así que lo primero, no te sientas mal por pensarlo: éstas y otras ideas, incluso algunas mucho más peregrinas, se nos pasan a todos alguna vez por la cabeza. Y ahora, con la forma de trabajo híbrida, medio presencial-medio teletrabajo, pues seguramente son mucho más recurrentes.

El 60% de los responsables de equipo consideran que los empleados en remoto trabajan peor que los que están en una oficina".

Recientes estudios han puesto de manifiesto que más del 60% de los responsables de equipo consideran que los empleados en remoto generalmente trabajan peor que los que están en una oficina. ¿Por qué? Fácil: porque no saben qué hacen ni cuándo lo hacen. Es decir: creen que en la distancia no los pueden controlar.

De hecho, una de las consecuencias de estas dudas y esta necesidad de control ha hecho que muchas empresas empiecen a espiar a sus trabajadores. Sí, como lo oyes espiar: hoy en día la tecnología facilita herramientas para que se puedan seguir todos los pasos de los empleados.

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Gracias a cosas tan sencillas como el geolocalizador del móvil de empresa, o a la instalación de aplicaciones específicas en el ordenador (muchas de ellas gratuitas), se puede saber si el empleado ha estado fuera este fin de semana, si sale de copas o incluso si no ha pegado ojo porque se ha enganchado a la última serie de moda. Además de saber, por supuesto, si se ha leído el Marca y el As en horario laboral.

Se da también mucho el caso de jefes que siguen a sus trabajadores por sus publicaciones en las redes sociales. Así es mucho más fácil espiar porque no se necesita instalar nada: solo que con ver sus posts ya sabe perfectamente qué hacen, con quién, cuándo y dónde.

Es una locura, lo sé. Ya lo decía el tío de Peter Parker en Spiderman: un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y llevar esa necesidad de control al extremo tiene éstas (e incluso peores) consecuencias. Pero quiero pensar que este no es tu caso: tú no espías a nadie ni tienes intención de hacerlo.

Seguro que has visto algún capítulo del programa “El jefe infiltrado”. Es un programa estadounidense que en España puso en marcha La Sexta. O el “Restaurante indiscreto”. Son programas en los que siempre cazan a alguien haciendo algo realmente grave, el programa lo pilla in fraganti y lo graba y se lo emite al dueño o infiltrado que alucina en colores con lo que hacen sus empleados cuando él no está (o creen que no está), y, evidentemente monta en cólera y se arma la marimorena.

El fondo de la cuestión aquí es: ¿realmente confías en tu equipo? ".

Pero ¿es esto real? ¿En serio crees que tu equipo sería capaz de hacer algo como lo que sale en la televisión? ¿De verdad piensas que son tan desleales e irresponsables? Es normal que a veces nos dé por pensar y divaguemos: ¿qué harán cuando no estoy? Incluso puede que se te ocurra alguna idea perversa que puedan estar poniendo en marcha. Pero no dejan de ser pensamientos fugaces que no deberían pasar de ser meras elucubraciones que pueden llegar a hacerte sonreír. El fondo de la cuestión aquí es: ¿realmente confías en tu equipo?

Todo se resume en esa palabra: confianza. Es una gran palabra, sí. Confiar en alguien, en que haga lo correcto sin que tengas que decírselo ni tenerlo vigilado requiere grandes dosis de fe. Pero pregúntate: ¿acaso el equipo que tienes no es el que tú has elegido? Si no confías en él: ¿por qué lo contrataste? Más aún, si no confías: ¿por qué sigues contando con él?

Vivir con una duda constante debe ser un infierno: para ti y para ellos. Y digo debe porque tengo que confesar que no me ha pasado. Siempre he confiado en el equipo, siempre he pensado que hacen las cosas para el bien, no para el mal. ¿Qué se equivocan? Seguro. ¿Qué yo haría las cosas de otra manera? También. Pero eso no implica que su manera esté mal, simplemente es otro camino para llegar al mismo sitio: el objetivo común. No me puedo imaginar vivir en un entorno donde desconfías de todo y de todos y sientes que si bajas mínimamente la guardia algo grave pasará.

ausencia jefeSí debo confesar que hacía cosas como aparcar mi coche siempre en el mismo sitio para que todos supieran que estaba en la empresa (aunque no fuese así). O que me pasaba por los diferentes departamentos, a veces sin ningún motivo concreto, sino con la simple intención de que me vieran. Pero siempre he pensado que era algo bueno: la puerta de mi despacho siempre estaba abierta, siempre, y cualquier persona de la empresa podía venir a hablar conmigo, en cualquier momento.

Algo que he tratado de transmitir en todos mis trabajos, por si te sirve mi experiencia, es confía en mí: estoy aquí para ti, para ayudarte, para acompañarte, para que busquemos soluciones juntos si se presenta un problema. No solo no debes tener miedo a contarme lo que sea: me encantará que cuentes conmigo para hacerlo. Todos nos equivocamos alguna vez, y solucionar un problema cuando es pequeño es muy fácil, pero hacerlo cuando se ha hecho grande ya no lo es tanto. Por tanto: cuenta conmigo, estoy de tu lado y no solo no me voy a enfadar cuando me lo cuentes y a buscar culpables, sino que me centraré en buscar soluciones que nos ayuden a arreglarlo juntos. Solucionar problemas es mi trabajo, y me encanta, y, además, ¡qué porras: lo hago bien! Así que venga, cuéntame y cuenta conmigo.

Por eso, aunque como ya he confesado tenía ciertos tips de obsesa del control, reconozco que no tenía ningún problema en salir de la empresa. Porque no sólo yo confío totalmente en el equipo: ellos confían en mí, les he demostrado infinidad de veces que pueden hacerlo, así que si algo pasa sé que me lo harán saber.

Mi consejo de hoy: no desconfíes de tu equipo, cree en él o no cuentes con él".

He aquí mi consejo de hoy: no desconfíes de tu equipo, cree en él o no cuentes con él. En esto no hay medias tintas: o confías en alguien o no lo haces. No se puede confiar un poquito sí y un poquito, no. Y tan importante o más: haz que confíen en ti, gánate su confianza.

¿Cómo ganarte la confianza del equipo? En primer lugar: comunicándote. No te escondas, no ocultes cosas, no ignores los cambios y mucho menos los problemas. Compártelos, sé transparente. Predica con el ejemplo porque ¿cómo te van a contar lo que pasa si tú no lo haces?

En segundo lugar: cumple lo que prometes. Lo peor que puedes hacer es comprometerte a algo y no cumplirlo. Si ha pasado algo que te impide llevarlo a cabo debes ser tú quien se dirija al equipo y quien explique por qué no puede ser. En este caso, si es posible, lleva una alternativa viable, que pueda compensar la que no se puede ejecutar. Y por supuesto: nunca olvides un compromiso que le hayas hecho al equipo. Es un error garrafal y conseguirá exactamente el efecto contrario: generarás desconfianza.

En tercer lugar: evita y ataja, siempre que puedas, los cotilleos. Siempre hay algún miembro del equipo que se acercará a ti para decirte cosas como “el otro día que no estabas, fulanito hizo esto y esto otro”. Puede que sea cierto, pero no puedes darle a esa persona ese poder, porque, además, no sabes si es cierto, así que no lo permitas. Si crees que lo que te dice puede ser un indicio de algo importante contrasta la información, pregunta a los implicados, seguramente todo tenga una explicación. De hecho, es lo que ocurre en el 99% de los casos.

En cuarto lugar: tienes el mejor equipo del mundo y deben saberlo. Deben saber que lo crees y que lo defiendes no solo ante ellos sino cuando ellos no están. Que presumes de equipo. Creo, sinceramente, que una de las peores cosas que puede hacer un jefe es hablar mal de su equipo. Por favor: no lo hagas.

En quinto lugar: empodera. Si confías en ellos tienes que delegar. Y sé que delegar no es fácil, es de hecho una de las cosas más difíciles, bajo mi punto de vista, que debe hacer un líder. Pero por muy difícil que sea hay que hacerlo y hacerlo bien. Eso sí, recuerda: se delegan funciones no responsabilidades. Así que el resultado de lo que ellos hagan es cosa tuya, no les pases el marrón y te desentiendas.

En sexto lugar: motiva, no mandes. Debes convencer, ganarlos para la causa, no ordenar y dictar sentencias. Conseguir que hagan suyos los objetivos y que los compartan es uno de los mejores caminos para ganarse la confianza del equipo. De hecho, para mí una de las cosas que debe hacer un buen líder es conseguir que los demás quieran hacer lo que él quiere que hagan. ¿Estás de acuerdo?

Así que cuando tengas esos pensamientos sobre qué puede estar haciendo el equipo cuando tú no estás, confía como ellos lo hacen contigo y aleja los malos pensamientos. Todo os irá mucho mejor.

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Hay gente que cae mal, pero tú no tienes por qué ser uno de ellos

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A todos nos ha pasado alguna vez que cuando conocemos a alguien nos cae mal de inmediato. Es algo instantáneo, un clic en tu cabeza hace saltar un rechazo visceral y nos impele a alejarnos, lo más que podamos, de esa persona. ¿A que a ti también te ha pasado?

Puede ser su expresión no verbal, pueden ser las facciones duras de su rostro, puede que te haya gruñido en lugar de saludarte educadamente, o puede, incluso, ser su olor (y no tiene por qué oler mal) lo que te disgusta.

Pero la realidad es que ese clic del rechazo express existe y, la verdad, yo no conozco a nadie a quien le guste caer mal. De hecho, a todos nos gustaría ser más simpáticos, porque asociamos la simpatía con aspectos positivos como el éxito, la atracción, el deseo, la energía positiva, la magia, la diversión, la alegría.

Ser simpático, en contra de lo que puedas creer, no significa ser gracioso: no tienes que ser el mejor contando chistes de Lepe. Ser simpático es mantener una actitud positiva y afrontar el día a día con una sonrisa. Ser simpático es ser agradable con los que están a tu alrededor. Ser simpático es tratar de generar espacios de alegría a los demás. Ser simpático es transmitir buena onda a aquellos que están junto a ti. Y para conseguir todo eso no tienes que saber contar chistes.

Las características que más se repitieron a la hora de definir a una persona como simpática fueron sinceridad, transparencia y empatía. Y esto sí se puede aprender".

Muchos creen que se nace simpático, que es algo innato y que no se puede hacer nada para conseguirlo. A esas personas dejadme deciros que estáis equivocados. Un estudio realizado por la Universidad de California evaluó casi 500 descripciones de personas basadas en su percepción de la simpatía. Y hete aquí, que las más destacadas nada tuvieron que ver con ser sociable, inteligente o atractivo. En realidad, las características que más se repitieron a la hora de definir a una persona como simpática fueron sinceridad, transparencia y empatía. Y esto sí se puede aprender.

¿Qué más puedes hacer para resultar simpático? Aquí van algunos consejos:

  • Sonríe. Es el punto más importante: la sonrisa se contagia, y es tan poderosa que, aunque llevemos mascarilla, o hablemos por teléfono, somos capaces de distinguir cuando alguien nos está sonriendo. Tal es su poder y su poderosa magia.
  • Escucha en vez de oír: escucha activamente, demuéstrale a quien te está hablando que estás prestando atención a lo que te dice, por ejemplo, haciéndole preguntas.
  • Muéstrate como eres, sin artificios ni disfraces. No trates de aparentar ni te escondas.
  • Debes ser feliz para transmitir felicidad a los demás, así que quiérete y siéntete bien contigo mismo, porque eres perfecto, aún con tus imperfecciones y tus cicatrices.
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  • Llama a la gente por su nombre. No hay nada peor que darte cuenta de que quien te habla no sabe quien eres (¿a ti también te ha pasado?). Además, mucha gente se siente invisible: que sepan que tú los reconoces despertará en ellos un sentimiento de simpatía hacia ti imparable. Y si lo olvidas di algo como: «Me he sentido muy a gusto hablando contigo. Soy muy malo para los nombres pero no quiero olvidarme el tuyo. ¿Te importaría decírmelo otra vez, por favor?».
  • Dale al otro su espacio, no trates de ser el protagonista. Ser simpático no implica hablar por lo codos o cuando no te corresponde. Al contrario, es hacer sentir al de enfrente que lo ves y que lo tienes en cuenta.

Tus gestos, tu mirada y el tono de tu voz también hablan de ti: úsalos en tu beneficio".

  • Usa también tu cuerpo para mostrar interés, como inclinarte hacia adelante cuando te hablan o mover la cabeza afirmativa o negativamente. Tus gestos, tu mirada y el tono de tu voz también hablan de ti: úsalos en tu beneficio.
  • Hablando de mirada, mantén el contacto visual. No solo los niños pequeños necesitan que los mires cuando te hablan, a los adultos también nos pasa. Es muy desagradable hablar al cogote de alguien.
  • Buscar puntos en común con la otra persona nos ayuda a conectar. Encuentra qué te puede unir más a esa persona y explóralo. Pueden ser aficiones, valores o simplemente la familia o el trabajo. Eso sí, no le des la razón como a los tontos. Es algo que se nota y que produce ese clic de rechazo express del que hablaba al principio.
  • Esmérate en causar unas buenas primera y última impresiones. Sí, la última también es importante. Para la primera un buen apretón de manos y una sonrisa son imprescindibles. Para la última, puedes, por ejemplo, mostrar interés en mantener el contacto. Eso halagará a la otra persona y le demostrará que has estado pendiente de ella.
  • Puedes tener preparados algunos inicios de conversación, para evitar un incómodo silencio inicial. Dejando aparte el tan manido tema del tiempo, una forma de empezar una charla puede ser pedir consejo sobre algún tema inocuo. Eso sí, te aconsejo que evites como sea la política y que los dejes para cuando seáis más amigos.

Y por supuesto, siempre, siempre, siempre, deja de lado el móvil. Que estés más pendiente de tu smartphone que de la persona que tienes delante solo traerá mal rollo y eso es justo lo contrario de lo que queremos. De hecho, te voy a contar un secreto: hay un botón en tu teléfono que muy poca gente conoce, y que si lo aprietas y lo mantienes durante un rato te convierte en alguien un poquito mejor. Es un botón, (una pista es que suele ser de color rojo), que pone Off. Úsalo, te sorprenderá lo que ocurre a tu alrededor.

matar jefe

Matar al jefe

matar jefe

Si cuando has pinchado en el enlace pensabas que ibas a encontrar una guía sobre cómo cometer el crimen perfecto, y poder matar a tu jefe sin que te pillen, lo siento, pero este artículo no es para ti. Y eso que estoy perdiendo lectores nada más empezar, porque un estudio del University College London, asegura que más del 50 % de las personas han tenido dicho pensamiento o idea más de una ocasión y eso lo convierte en ¿normal?

Debo decir que soy de las afortunadas que está en el otro 50 %, nunca he querido matar a mi jefe, solo he llegado a desearle un poquito de dolor, pero soportable, algo así como un parto sin epidural, o unas piedritas en el riñón (dicen que es algo más doloroso que lo anterior). Como veis, poca cosa…

Sí quiero que mates al jefe. Pero al jefe que todos, o casi todos llevamos dentro".

Bromas aparte, y quedando claro que esto no va de hacer apología del crimen, sí quiero que mates al jefe. Pero al jefe que todos, o casi todos (también hay gente sumisa, y sino que se lo digan a Christian Grey) llevamos dentro.

Si a ese: al tuyo, al de tu interior, al que constantemente está diciendo qué hay que hacer, cómo hay que hacerlo y cuándo hay que hacerlo. A ese jefe que es incapaz de delegar, que se dirige a sus empleados de usted, y que mira el reloj de la pared cada vez que uno entra por la puerta. Y que nadie se retrase ni un minuto (aunque el día anterior ese empleado haya echado allí más horas que él) porque se la lía.

Ese que no puede ni de irse de vacaciones sin organizarle la vida a su familia, a sus cuñados y a sus suegros. A ese jefe que no descansa y no deja descansar a nadie a su alrededor porque siempre está haciendo algo y obliga a los demás a no parar. ¡Con lo sanísimo que es pararse a pensar de vez en cuando!

Ese jefe debería estar muerto, y si no lo está, pues te toca matarlo. Así, sin paños calientes, un disparo rápido y sin remordimientos. ¿Por qué? Pues porque estamos en el siglo XXI, y sencillamente eso ya no se lleva. Así, sin más. Si nadie te lo ha dicho hasta ahora es porque no se han atrevido, pero yo sí: ¡deshazte de ese jefe marimandón, inflexible y petardo ya!

¿Y qué se lleva ahora? Fácil: lo que se lleva ahora es ser líder, no jefe. Aunque creas que has nacido para mandar, el mundo no necesita saberlo y mucho menos sufrirlo, así que guárdatelo para ti.

Lo que necesita el mundo es alguien que le inspire, que le haga querer llegar a ser como tú, que le motive en la adversidad y que te busque en la victoria porque si no la comparte contigo no sabe tan bien".

Lo que necesita el mundo es alguien que lidere, que se gane su puesto y su relevancia para los demás cada día. Lo que necesita el mundo es alguien que le inspire, que le haga querer llegar a ser como tú, que le motive en la adversidad y que te busque en la victoria porque si no la comparte contigo no sabe tan bien. Lo que necesita el mundo es alguien comprometido y que compromete. Lo que necesita el mundo es alguien que sabe lo que el mundo necesita y lo lleva de la mano a alcanzarlo.

¿Suena mejor esto o lo de los cuñados? Y es que hay grandes, enormes diría yo, diferencias entre ser jefe y ser líder. Un líder motiva, no riñe. Un líder comunica, no ordena. Un líder comprende, no reprende. Un líder analiza, no dictamina. Un líder moldea, no manipula. Un líder escucha, no acalla.

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Y no te engañes, todos somos un poco jefes a lo largo del día. Pero ¿a que es bonito imaginar un mundo sin ellos? Pues empieza por el tuyo: mata al jefe y resucita al líder que hay dentro de ti.